martes, 13 de diciembre de 2011

Una reflexión sobre los actos simbólicos

A propósito de la dura crítica que hizo @nikolai_d en su columna la Marcha Farsante en el portal kien&ke, a la gente que quiso salir a marchar el 6 de diciembre por los secuestrados. Ver la columna aquí.

Me llamó mucho la atención esta columna que circuló bastante por facebook, en la el columnista se extendía en por qué no había que salir a marchar y por qué esa decisión lo hacía moral e intelectualmente superior por encima de los que sí querían salir.

Me llamó la atención porque además de que salía a tildar de estúpida, ingenua y superficial a la gente que no pensaba como él –“habría que protestar contra la estupidez del manifestante promedio”, dice en la columna “quien, después de engullir entera la pildorita del altruismo, volverá a su mundana dinámica de peluquería hablando sobre (…) el reinado nacional de belleza, el ganador de Yo me llamo, los goles de Falcao, el culo deforme de Jessica Cediel”—, perdía de vista, que el que se quedaba en la casa, tampoco estaba haciendo necesariamente más que el que estaba saliendo.

 “En general” escribió el columnista, “el acto de marchar es netamente simbólico y no sirve sino para que el ciudadano promedio sienta que está haciendo algo”.  Creo que habría que pensar cuál es esa categoría del ciudadano promedio a la que él tantas veces se refiere de manera airada –y a la que claramente él no pertenece--, y pensar en que dos ciudadanos promedios pueden hacer más que un ciudadano promedio solo. Incluso que dos ciudadanos promedio juntos pueden hacer más que un ciudadano por encima del promedio como él, solo.

El punto es que creo que hay que rescatar el gran valor que puede tener un acto simbólico como este que congrega, en una sociedad tan fragmentada y polarizada como la nuestra. Porque el universo en el que nos movemos a diario, en el que nos jugamos a diario nuestra identidad y nuestras aspiraciones es, por lo demás, simbólico en su totalidad. Simbólico es todo aquello en lo que tácitamente nos hemos puesto de acuerdo más allá de las palabras como punto de partida, que no es poco.

Lo simbólico es intangible, pero no por eso insignificante o sin importancia. Lo simbólico nos condiciona y por lo mismo, también puede transgredir. Transgresor fue el acto simbólico de robar de la espada de Simón Bolívar por parte del M-19 para significar que querían devolverle el poder al pueblo.

Simbólica fue la marcha de la sal del 12 de marzo de 1930 que lideró Gandhi después de haber secado sal en la orilla del mar, violando las leyes de los ingleses (la producción de sal era monopolizada por Gran Bretaña). Simbólica y poderosa, porque después de que los todos los indios comenzaron a repetir este gesto por todo el país, comenzó el fin de la subordinación al Imperio Británico.

Sim-bólico es lo que unifica y congrega. Y dia-bólico es lo que destruye y dispersa. En Colombia todavía desconocemos el gran poder que tiene una multitud cuando se une. Pero a partir de lo simbólico también se puede construir la unidad. Y vaya que esa sí podría ser un arma letal.

Polarizar es facilísimo. En lugar de salir a acusar al otro, lo difícil y lo que habría que salir a buscar es un punto en común para salir a marchar, para encontrarse y hacer la fuerza y sim-bolizar.